2012 noviembre
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Guía de Ópticas de Cine (III)

1. Apuntes sobre el formato panorámico anamórfico:

El formato anamórfico hizo su aparición en el mundo del cine a comienzos de los años 50, cuando la compañía norteamericana 20th Century Fox introdujo el CinemaScope con la película “La Túnica Sagrada” (The Robe, 1953). Sin ánimo de adentrarnos en la historia de los formatos de cine, por no ser objeto del presente artículo, sí debemos tener en cuenta que, por aquélla época, todas las películas en 35mm, en color o en blanco y negro, ocupaban con imagen todo el espacio disponible en el negativo –excepto el reservado a la pista de sonido- y se proyectaban de la misma forma, ofreciendo imágenes con una relación de aspecto de 1.37:1, muy cercana al 1.33:1 de los televisores convencionales 4/3 previos a la estandarización del formato 16/9.

"La Túnica Sagrada" (1953)

Siguiendo los diseños de un inventor francés llamado Henri Chrétien, Bausch and Lomb construyó para la Fox un juego de lentes que, durante el rodaje, comprimían la imagen verticalmente en el negativo con una tasa de compresión de 2 a 1 exclusivamente en este eje, de modo que la imagen mantenía la misma altura pero, al proyectarse en el cine a través de una lente opuesta, que la descomprimía, se obtenía una imagen de prácticamente el doble de ancho que en el formato 35mm convencional (2.55:1 primero, reducido posteriormente a 2.35:1), dando inicio a toda una época de experimentación y diversos formatos panorámicos. Pero sin duda, el más extendido y exitoso, además de ser prácticamente el único que se ha seguido utilizando hasta nuestros días, es el formato anamórfico, a través de marcas como Panavision, Technovision, Hawk, JDC, Lomo o Kowa.

Tradicionalmente, en caso de rodar en 35mm, el formato anamórfico es el formato que emplea un mayor área de negativo, de modo que, además de ofrecer una mayor espectacularidad por su relación de aspecto panorámica, también ha sido utilizado tradicionalmente cuando se pretendía obtener una imagen con mucho detalle y una textura de grano menos prominente.

Izquierda: el área de negativo del formato Super 35 y del formato anamórfico, con su compresión vertical.

Sin embargo, las ópticas anamórficas –como se ha indicado anteriormente- conllevan una serie de distorsiones de la imagen que hace que las mismas ofrezcan, salvo excepciones, un rendimiento óptico inferior a sus equivalentes esféricas. Es decir, si bien en 35mm pueden/podían ofrecer una imagen más detallada que sus equivalentes esféricas, ello se debe a que –como indicábamos- el área de negativo sobre el que trabajan es mayor que el que por ejemplo se utiliza para el formato panorámico (Super 35) con ópticas esféricas –que prácticamente desperdicia la mitad de la altura/área del mismo- ya que, en igualdad de condiciones, estas últimas ofrecerían una imagen superior en términos ópticos.

Segunda adaptación cinematográfica de la novela del General Lew Wallace, acerca de un noble judío (Charlton Heston) que, en la época de la vida de Jesucristo (con el que se cruzará en varios momentos clave de la historia), cae en desgracia ante el nuevo tribuno romano (Stephen Boyd), antiguo amigo de la infancia, de modo que su familia es encarcelada y él condenado a servir en una galera romana. Sin embargo, sus deseos de venganza y la ayuda de determinados personajes (el romano encarnado por Jack Hawkins y el árabe interpretado por Hugh Griffith) le permitirán sobrevivir para vengarse y recuperar su anterior status. Modelo de cine épico, “Ben-Hur” fue una superproducción de la Metro-Goldwyn-Mayer sobriamente dirigida por William Wyler, que durante muchos años ostentó el récord absoluto de premios Óscar con un total de 11 estatuillas doradas, antes de ser igualado muchas décadas después por “Titanic” y “The Lord of the Rings: The Return of the King”.

Cuarta película tras las cámaras de la realizadora Sofia Coppola, la cual una vez más vuelve a tratar los temas de la soledad, la alienación y el aislamiento, en esta ocasión en la persona de una estrella de Hollywood (Stephen Dorff), que vive recluido en un hotel de lujo y al que ni siquiera las visitas de su hija (Elle Fanning) consiguen sacarle de la monotonía de su existencia. Por reiteración de temas, quizá sea la película menos interesante o lograda de Coppola hasta la fecha, a pesar de que también es apreciable un giro Godardiano en su cine, en su vertiente de abstracción y carencia de argumento, que a buen seguro harán de “Somewhere” una película tediosa para la gran mayoría del público.

Comedia inspirada –de forma evidente- en el clásico de Alfred Hitchcock “North by Northwest” (1959), en la que, como en aquélla, un hombre corriente (Gene Wilder) se ve envuelto en una trama detectivesca, tras haber conocido a una mujer (Jill Clayburgh) en un tren que cubre la ruta entre Los Ángeles y Chicago. El guión de Colin Higgins (“Harold and Maude”) propone numerosos giros y situaciones divertidas en las que Wilder, en la cumbre de su carrera, da lo mejor de sí mismo, aunque el conjunto, en manos de un realizador como Arthur Hiller (“Lover Story”) no pase de discreto. Ned Beatty, Richard Pryor –iniciando aquí su prolífica relación profesional con Wilder-, Ray Walston, Clifton James, Scatman Crothers, Richard Kiel y Patrick McGoohan, como el villano de la función, completan el reparto de una película a la que el paso del tiempo no le ha sentado demasiado bien.

Superproducción del italiano Dino de Laurentiis, que actualizaba a los años 70 el clásico de Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, con un presupuesto de 24 millones de dólares que fueron empleados –de forma prácticamente íntegra- a lograr la mayor espectacularidad posible, incluyendo un vistoso final en el World Trade Center, que sustituía aquí al Empire State Building. En esta ocasión, el guión de Lorenzo Semple, Jr. (“Papillon”, “The Three Days of the Condor”), sigue a un grupo de hombres que se adentran en los mares del sur con la idea de llegar a una isla remota y deshabitada, en la que todo indica que se encuentra un importante yacimiento petrolífero. Sin embargo, en su lugar encuentran al mono gigante que da título al film, el cual, como en el original, secuestra a una atractiva mujer (Jessica Lange, en su debut cinematográfico), solo que en esta ocasión el animal se encariña de ella. Un Jeff Bridges de aspecto y comportamiento “hippie” encabezó el reparto del film, en el que Charles Grodin tiene el poco agradecido papel del villano, pero la verdadera estrella de la función fue el maquillador Rick Baker, que tuvo que enfundarse el traje de mono e interpretarlo en pantalla, tras el fracaso del muñeco mecánico a escala real encargado por De Laurentiis a su compatriota Carlo Rambaldi. En su conjunto, este “King Kong” es una película muy irregular, que alterna valores de producción elevadísimos (entre ellos, un portentoso score musical de John Barry o sus localizaciones) con líneas de diálogo y personajes muy mal escritos, efectos visuales defectuosos frente a otros francamente logrados, una concepción romántica del personaje de Kong, además de ecos políticos y ecológicos, o un final mucho más amargo, que separan bastante a esta versión de la de 1933.

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