Obra capital de la cinematografía española, escrita por Ángel Fernández Santos y Víctor Erice, con producción de Elías Querejeta, ambientada en un pueblo castellano de la posguerra, en la década de 1940. Dos hermanas (Ana Torrent e Isabel Tellería) asisten a una proyección de “Frankenstein” y especialmente la primera de ellas queda prendada de sus imágenes, que le harán dar rienda suelta a su fantasía, en contraposición a un mundo real de ambiente triste y lúgubre. Fernando Fernán-Gómez, en el papel del autoritario padre de familia y Teresa Gimpera, como la melancólica madre, encabezaron el reparto de una película extraordinariamente bella y poética, cuya fuerza reside, casi a partes iguales, en la mirada de Ana Torrent y en las imágenes de Luis Cuadrado.
Nacido en Toro (Zamora) en 1934, Luis Cuadrado fue uno de los directores de fotografía más importantes e influyentes del cine español. Licenciado en la Escuela Oficial de Cinematografía, muy pronto se relaciona con el nuevo cine español de la mano de cineastas como Carlos Saura (“La Caza”, “Peppermint Frappé”), Jaime de Armiñán (“Mi Querida Señorita”), Manuel Gutiérrez Aragón (“Habla, Mudita”), José Luis Borau (“Hay que Matar a B.”) o Ricardo Franco (“Pascual Duarte”), de los que se convierte en su operador predilecto de manera casi inmediata. Cuadrado abogaba por un estilo simple y natural, lejos de todo artificio –en sus propias palabras, porque tampoco el cine español podía permitirse los grandes medios Hollywoodenses- y en éste destacan todas sus obras hasta que a mediados de la década de los 70 contrajo una enfermedad que le hizo perder la visión de manera muy rápida y le formó a dejar el cine con “Mi Primer Pecado” (Manuel Summers, 1977), aunque ya sus últimos trabajos los realizó casi ciego por completo y gracias a la ayuda de su equipo y su experiencia con la exposición correcta de cada aparato de luz. Desgraciadamente, Cuadrado terminaría suicidándose en 1980, antes de cumplir los 45 años de edad.
“El Espíritu de la Colmena” fue rodada casi íntegramente en la localidad segoviana de Hoyuelos, empleando el citado estilo minimalista de Cuadrado, que vendría a ser una versión modesta –por la escasez de medios- de la Nouvelle Vague o de las nuevas tendencias de fotografía realista que llegaban de Italia o Inglaterra. Es decir, que donde sus afortunados compañeros de generación podían permitirse el lujo de emplear miles de vatios para recrear los efectos reales de la luz solar, Cuadrado se las ingenió para reproducir efectos estéticos de aspecto natural con muy pocos aparatos de luz, gracias al empleo de ópticas a grandes aperturas de diafragma o a técnicas como el revelado forzado de la emulsión.
Los exteriores de la película generalmente están rodados bajo cielos grises, encapotados y muy desapacibles, que transmiten muy bien al espectador la fría visión de la época que da pie a la temática de la película. En éstos, la cámara de Erice –como durante casi todo el film, con la salvedad de un gran travelling de seguimiento a Teresa Gimpera en la estación del tren- permanece generalmente estática, confiando mucho más en sus bellas composiciones de imagen y en la utilización de la luz natural disponible. Cuando el sol hace acto de presencia, en la línea del estilo moderno que le caracterizaba, Cuadrado sobreexpone su emulsión, dejando que los cielos queden en blanco, de manera que obtiene una mejor continuidad y, rodando a contraluz o en la hora mágica, puede prescindir de cualquier tipo de iluminación artificial en sus exteriores al tiempo que consigue imágenes de una gran calidad.
Sin embargo, dentro de un conjunto muy cuidado, en el que nada parece suceder por mero azar, lo más interesante son los interiores. Ocasionalmente, las limitaciones técnicas hacen acto de presencia con algún instante en que la simulación de la luz de las velas (la escena con las dos niñas en la cama) o de los farolillos (en la escena paralela a la anterior, con Fernando Fernán-Gómez encendiendo un cigarrillo con la fuente de luz) no están tan conseguidas. Sin embargo, cuando Cuadrado se propone imitar los efectos de la luz solar en los interiores, su éxito es inmenso. Por un lado con las emblemáticas escenas a través de las cristaleras ambar con forma de colmena, en las que la luz de este color inunda los interiores con un efectivo efecto de única fuente, generando una estupenda transición luz-sombra a medida que los personajes o el decorado se encuentran más lejanos a la fuente de luz. Pero también, en muchos otros instantes, bien porque las ventanas están abiertas, o bien porque se trata de interiores diferentes (como la escuela, o como el de la casa de campo en que aparece el fugitivo), Cuadrado repite el efecto “single-source” en numerosas ocasiones, siempre con un estilo absolutamente realista, cuyo encanto, en gran medida, también reside en lo austero y sencillo de su aproximamiento.
El resultado es muy bello, aunque casi siempre de un perfil tan bajo y poco ambicioso como para que el trabajo de Luis Cuadrado pase prácticamente desapercibido, puesto que como todos los grandes operadores que han sido exitosos en su recreación de la luz natural, su trabajo parece que no es obra de otro sino del sol. Pero “El Espíritu de la Colmena” es mucho más que un buen aprovechamiento de éste, es una perfecta recreación del mismo y de sus efectos estéticos en exteriores e interiores a través de unos medios muy limitados, pero usados en la pantalla de una de las maneras más líricas y efectivas que se recuerdan. Teodoro Escamilla, heredero directo de Cuadrado a través de Carlos Saura, fue el operador de cámara.
Título en España: El Espíritu de la Colmena
Año de Producción: 1973
Director: Víctor Erice
Director de Fotografía: Luis Cuadrado
Emulsión: Kodak 5254 (100T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm esférico, 1.66:1
Vista en Blu-ray
© Ignacio Aguilar, 2013.