Adaptación de una novela de Juan José Plans llevada a cabo por el propio realizador Narciso Ibáñez Serrador bajo el pseudónimo de Luis Peñafiel, que tiene como protagonistas a una pareja de turistas británicos (Lewis Fiander y Prunella Ransome) que viajan a una pequeña isla del litoral español. Una vez allí, rápidamente se percatan de que la isla está desierta, a excepción de un buen número de niños que pronto revelarán a la pareja sus macabros juegos e intenciones. El segundo y último título cinematográfico del famoso creador del programa televisivo “Un, Dos, Tres” es, al igual que “La Residencia” (1969), un notable título de terror de ecos claramente Hitchcockianos, cuyo suspense y atmósfera están construidos de forma lenta pero con un pulso muy sobrio, administrando muy bien los sustos antes de la eclosión final de violencia. Acompañado una vez más de una estupenda banda sonora de Waldo de los Ríos, quizá el elemento disonante de la propuesta sean los fragmentos documentales con los que se abre, que tratan de dotar de argumento de parábola a una película que, a pesar de funcionar muy bien, quizá lo hubiera hecho aún mejor de forma autónoma.
El director de fotografía fue José Luis Alcaine [AEC], antiguo estudiante de la Escuela Oficial de Cinematografía, de la que salieron, entre otros, Luis Cuadrado y Javier Aguirresarobe. Inició su carrera a finales de los años 60 y durante muchos años ha sido considerado de forma casi unánime el número uno de su profesión en España, además de ser conocido por sus trabajos para Víctor Erice (“El Sur”, 1982), o sus relaciones con los cineastas Fernando Trueba, Vicente Aranda, Bigas Luna, Fernando Colomo ó Pedro Almodóvar. Alcaine también es famoso por haber sido pionero de la utilización de las fuentes de iluminación fluorescentes, que sustituyó por los paraguas que empleaba anteriormente para rebotar la luz y crear efectos más naturales. Sus colaboraciones con el cine extranjero han sido únicamente intermitentes a pesar de su prestigio internacional, quizá porque el propio Alcaine nunca ha querido perseguir una carrera fuera de nuestras fronteras.
El estilo utilizado en este film es el que se podría considerar heredado de Luis Cuadrado, o quizá directamente del británico David Watkin [BSC], uno de los operadores más admirados por Alcaine, al menos en su primera etapa. El mismo se alejaba claramente del clasicismo con el que el alicantino Manuel Berenguer [ASC] rodó “La Residencia” siete años atrás; si bien aquél film, de una notabilísima perfección técnica –con un soberbio uso del formato panorámico anamórfico, por cierto- parecía un logro a la altura de las mejores producciones británicas en cine de género, “¿Quién Puede Matar a un Niño?” se decanta por un evidente realismo, renunciando al formato panorámico y sustituyéndolo generalmente por lentes zoom 10:1 (seguramente, el clásico Angenieux 25-250mm del Spaghetti-Western), dejando que las ópticas fijas –posiblemente, Cooke o Schneider- únicamente entren en juego para las situaciones nocturnas y/o interiores con niveles de luz muy escasos.
Ambientada en una isla ficticia en el Mediterráneo, rodada parcialmente en Sitges y Menorca para sus escenas de playa y portuarias, sin embargo el grueso de la filmación tuvo lugar en el pueblo toledano de Ciruelos, muy alejado de las costas españolas y de su masificación urbanística, en palabras del propio Ibáñez Serrador. Es por ello que el mayor logro de Alcaine reside en la tremenda consistencia que obtiene entre las diversas localizaciones y sus diferentes climas, con unos exteriores entre casas blancas y estrechas calles de pueblo rodados en la plenitud de un sol asfixiante –o al menos esa era la pretensión de los cineastas, que desde luego consiguieron sin lugar a dudas-. Esos exteriores, con fondos blancos y a pleno sol, supusieron sin duda un enorme reto para Alcaine, debido a la dificultad de exponer correctamente las casas que aparecen en pantalla y a los personajes de forma simultánea, situación que resolvió sobreexponiendo la emulsión lo máximo posible, sin importarle que los cielos aparezcan quemados con mucha frecuencia, pero minimizando así la necesidad de utilizar luz en sus exteriores y fomentando esa sensación de una atmósfera asfixiante que es básica para la narrativa de la película, que trata de aterrorizar a pleno sol.
Sin embargo, aún son más interesantes sus interiores, especialmente los diurnos, en los que lleva a cabo una férrea filosofía de iluminar exclusivamente a través de las ventanas y mediante luz suave, tal y como lucirían las localizaciones en la realidad, simplemente aumentando los niveles de luz bien a través de luz rebotada en reflectores situados en los exteriores de las mismas o a través de material difusor. Ello produce un efecto muy natural y, cuando la localización lo permite, con mucha frecuencia Alcaine emplea una única fuente de luz, lo que genera mucho contraste y efectos lumínicos muy interesantes, como en las múltiples ocasiones en que rueda a sus personajes a contraluz, captando vagamente sus rasgos o directamente, como simples siluetas, con una oscuridad que sirve de perfecto contrapunto a los luminosos y a veces, casi cegadores exteriores.
La cámara de Serrador –operada en esta ocasión por un clásico como Ricardo Navarrete- no busca un aspecto tan formal como el de “La Residencia”, sino que aquí son frecuentes los planos al hombro y una realización más directa que incluye los citados zooms en bastantes ocasiones, pero sin caer en ningún momento en ningún tipo de contaminación televisiva, como a tantos otros realizadores surgidos del medio les ha ocurrido en sus incursiones en la gran pantalla. Hay momentos, eso sí, para composiciones de imagen muy logradas, especialmente las que tienen lugar cuando muchos niños aparecen en pantalla y aparecen perfectamente repartidos por el encuadre, aunque no es una película que destaque tanto en este apartado –aún estando bien realizada- como el anterior título de Serrador, que en este aspecto es uno de los títulos de cine fantástico o de terror que más destacan no ya dentro de la larga tradición española en este género, sino que puede rivalizar y de hecho rivaliza con cualquier título a nivel mundial.
A pesar de estar realizada con un estilo y una filosofía muy consistentes, en cualquier caso, “¿Quién Puede Matar a un Niño”? muestra algunos problemas o inconsistencias técnicas, quizá derivadas de la falta de medios o de un rodaje demasiado atropellado, que se manifiestan, generalmente, en la forma de algunas sobreexposiciones excesivas –en alguno de los múltiples momentos en que los personajes entran a un interior y la cámara de Serrador muestra simultáneamente el exterior- o incluso subexposiciones que van más allá de lo deseado, aunque también hay que ofrecer el beneficio de la duda a Alcaine, ya que las copias que circulan del film son de una calidad tan pobre que no cabe descartar que su negativo original careciera o minimizara dichos defectos.
En cualquier caso, se trata de una obra altamente estimulante en todos los aspectos, rodada con un estilo muy moderno para la época, que a día de hoy puede que esté superado, pero que puesta en su contexto debe ser tenida en muy alta estima.
Título en España: ¿Quién Puede Matar a un Niño?
Año de Producción: 1976
Director: Narciso Ibáñez Serrador
Director de Fotografía: José Luis Alcaine, AEC
Emulsión: Kodak 5247 (100T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm esférico, 1.85:1
Otros: el operador de cámara fue Ricardo G. Navarrete
Vista en DVD
© Ignacio Aguilar, 2014.