Tercer largometraje de David Robert Mitchell, quien en el año 2014 sorprendió gratamente con el segundo, la cinta de terror “It Follows”. En esta ocasión, Mitchell se muestra mucho más ambicioso, con una historia de cine “noir” contemporáneo ambientada en Los Ángeles. Andrew Garfield interpreta a Sam, un joven que vive solo en un apartamento que, sin mucho que hacer, se dedica a espiar a sus vecinas. Un buen día conoce a una de ellas (Riley Keough), que le invita a su apartamento, pero tanto la chica como todas sus pertenencias desaparecen de la noche a la mañana, por lo que Sam se enreda en una complicada investigación en la que van apareciendo todo tipo de “freaks” del lado oscuro del espectáculo del mundo de la música y de Hollywood. Lo que le ocurre a Mitchell es que en su ambición, traspasa seriamente la línea de la pretenciosidad y completa una película de dos horas y veinte minutos de duración en la que la historia se ve con mucha más perplejidad que interés, pues abre muchas líneas argumentales pero cierra muy pocas, escogiendo siempre además los caminos más extraños y resolviéndola de forma muy poco satisfactoria, a pesar de que sus influencias cinéfilas y continuas referencias a clásicos hacen que la primera hora de proyección aguante bien el tipo.
El director de fotografía vuelve a ser Michael Gioulakis, quien repite con David Robert Mitchell después de “It Follows”, que había sido su primera colaboración en un largometraje (el debut de Mitchell lo fotografió James Laxton, nominado al Oscar por “Moonlight”). A raíz del éxito de “It Follows”, Gioulakis rápidamente se ha hecho con un nombre y un hueco en la industria, pues fue el encargado también de rodar el magnífico “retorno” de M. Night Shyamalan con “Split” (2016) y también se ha hecho cargo de su esperada secuela, “Glass” (2019), pendiente de estreno y sin una sola crítica online en el momento de escribir estas líneas. Gioulakis, que comenzó su carrera como eléctrico y después, como gaffer, tiene por tanto un buen futuro por delante, además de ser ya un firme valor de un presente en el que ya tiene rodado también “Us” (2019), lo próximo del temible Jordan Peele (“Get Out”).
Lo primero que destaca de “Under The Silver Lake” es la forma en que David Robert Mitchell pretende contar su historia con la cámara: desde los primeros fotogramas, que muestran la acción ralentizada, así como los siguientes minutos en los que aparecen planos de seguimiento en Steadicam, múltiples y sutiles zooms, angulares muy pronunciados y hasta un “trombone shot” como el de “Vertigo”, con una cámara omnisciente que siempre parece tener algo que contar entre manos. Con ello se aprecia claramente que el realizador está muy preocupado por los elementos formales de lo que va a contar, que además incluyen múltiples referencias a Alfred Hitchcock, con clásicos que se muestran de forma explícita como “Rear Window”, así como a las habituales tomas frontales que el realizador británico solía realizar en estudio cuando sus personajes conducían un automóvil. Todo el film contiene continuas referencias de este tipo, además de a la cultura pop e incluso a los comics o videojuegos, que demuestran que el guionista-director es un hombre con personalidad que intenta hacer suyos esos elementos e introducirlos en el universo del film, e incluso tiene cierto éxito hasta que la narrativa, cada vez con menos sentido, acaba deshinchando el interés.
Gioulakis participa de estas referencias especialmente en los momentos en que aparece en pantalla el personaje de Riley Keough: tanto en su introducción, en la que la actriz está fotografiada con luz dura a la manera de las “femme fatale” del cine clásico, como especialmente en una secuencia onírica en la piscina, en la que se referencia el último e inacabado trabajo de Marilyn Monroe, y en el que el director de fotografía se adapta muy bien a esa atmósfera “noir” que le pide el director. El resto es un film iluminado de forma muy moderna, con bajos niveles de luz, colores saturados, lentes esféricas y, eso sí, mucho rodaje con zooms, tanto para hacer zooms propiamente dichos, como para emplearlos como focal variable. Gracias a la Arri Alexa, que permite con su latitud una enorme flexibilidad, Gioulakis puede rodar varias secuencias con los personajes en primer término y el “downtown” de Los Ángeles, por la noche, con las luces de sus edificios, perfectamente expuestos en los fondos. De esta misma manera también Gioulakis puede afrontar varias escenas interiores en las que las luces están integradas en pantalla y realizan el verdadero trabajo de iluminación, aunque también hay que reconocer que en otras secuencias (exteriores nocturnos) el operador sí que realiza un trabajo de iluminación más clásico y, sin recurrir a la tradicional fuente de luz muy grande a contraluz, sí que emplea pequeños “contras” que parecen respetar el ambiente, pero elevan notablemente los niveles de luz necesarios para rodar.
Los resultados, por lo tanto, son frustrantes, pues nos encontramos ante una película bien rodada y bien fotografiada; una película que, de hecho, tiene cosas muy interesantes de puesta en escena y a nivel de estética, pero en la que el conjunto de elementos nunca llegan a encajar bien. Si nos quedamos con la parte buena, es evidente que David Robert Mitchell es o puede ser un buen director porque cualidades visuales no le faltan; el problema de “Under the Silver Lake” es que a veces parece que se regocija con un universo que no tiene la magia que su director-guionista cree que sí poseen sus escenas, lo que repercute muy negativamente en su película a pesar de que su arranque es esperanzador, ya que tras el cual, la continua selección del camino más extraño, dejando además de lado algunas situaciones y personajes de mayor interés, acaba repercutiendo de forma negativa en el conjunto del film en sí.
Título en España: Lo que esconde Silver Lake
Año de Producción: 2018
Director: David Robert Mitchell
Director de Fotografía: Michael Gioulakis
Formato y Relación de Aspecto: Arri Alexa, 2.4:1
Vista en DCP