Tarkovsky
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Segunda adaptación cinematográfica de la novela de Stanislaw Lem, producida por James Cameron y que en manos del realizador de “Traffic”, no se convierte en el típico producto Hollywoodense que pretenda explotar la parte más comercial de la novela, como desde luego tampoco hizo Andrei Tarkovsky en su propia versión. El argumento es el mismo: un psicólogo (George Clooney) viaja a una estación espacial en la que están ocurriendo cosas extrañas, a fin de tratar de convencer a los tripulantes para que vuelvan a la Tierra. Lo que allí ocurre, unos hechos de dificil explicación, también le dejarán a él atrapado. Natasha McElhone, Viola Davis y Jeremy Davies secundan a Clooney en un film que, como la versión soviética, también es muy denso, pero más conciso y avanzado tecnológicamente, por lo que a pesar de que su conclusión es inferior, se puede considerar a este “Solaris” una buena obra complementaria de la primera.

Cuarto film y seguramente el más personal de la filmografia del realizador ruso Andrei Tarkovsky, cuya idea databa de la década anterior, cuando ya se planteó realizar un film semi-autobiográfico que mezclara recuerdos, ensoñaciones y realidad, con el personaje principal, el propio realizador, siempre fuera de la pantalla, por lo que únicamente se escucha su voz y sus interacciones con los otros personajes que le rodean. El resultado es primoroso, profundamente poético e hipnótico, además de seguramente desconcertante para aquéllos que no estén familiarizados con el autor, pero en cualquier caso, lo que cuenta es tan emocional y Tarkovsky aúna de forma tan bien hilvanada realidad/sueño/recuerdo, que no hay que encajar todos los elementos -y aún así, todos lo hacen de forma natural- para sentarse y disfrutar de esta maravilla.

George evitó toda clase de reuniones y contactos conmigo desde el primer día [...] así que leí el larguísimo guión muchas veces y tomé mis propias decisiones acerca de cómo rodaría la películaGilbert Taylor, BSC, en “American Cinematographer”, febrero 2006.

Gilbert Taylor (de pie, apoyado en la luz), en una pausa de la parte tunecina del rodaje de "Star Wars" (1977)

Aunque a él mismo le hubiera gustado más ser recordado como el director de fotografía de otros de sus muchos títulos, lo cierto es que, sin quererlo o no, el británico Gilbert Taylor (Reino Unido, 1914), fallecido el día 23 de agosto de 2013 a los 99 años de edad, siempre estará unido a la saga de “Star Wars”, para la cual puso la primera piedra durante un arduo rodaje en Túnez y en su Inglaterra natal durante 1976.

Taylor ni siquiera había sido la primera opción del guionista-productor-director George Lucas, quien se la había ofrecido a Geoffrey Unsworth, quien prefirió rodar “A Bridge Too Far” (Richard Attenborough, 1977) en lugar que la epopeya galáctica del joven norteamericano. Taylor, finalmente, fue elegido de una terna que incluía, entre otros, a David Watkin, Peter Suschitzky, Dick Bush o Anthony B. Richmond, pero Lucas acabó decidiéndose por el hombre que había rodado, con su característica frescura y realismo, “A Hard Day’s Night” (Richard Lester, 1964) y “Dr. Strangelove” (Stanley Kubrick, 1964).

La carrera del operador británico se inició en 1929 y, como era habitual en aquélla época, fue pasando por todos los puestos del escalafón del departamento de cámara hasta alcanzar el puesto de primer operador en 1948, tras haber asistido a grandes de la industria como Freddie Young (“Doctor Zhivago”), Bernard Knowles (“39 Steps”), Jack Hildyard (“Bridge on the River Kwai” o Harry Waxman (“The Pink Panther Strikes Back”). Durante los años 50 destacan ya sus múltiples trabajos junto a J. Lee Thompson, especialmente “Ice Cold Alex” (1958), pero son sus colaboraciones con Stanley Kubrick y Richard Lester las que le lanzan al estrellato.

En “Dr. Strangelove”, por supuesto, destaca el aproximamiento moderno al extraordinario decorado de Ken Adam –en la mejor tradición de 007- denominado “La Sala de Guerra”, en el que además de utilizar un buen número de proyecciones traseras, Taylor empleó una luz cenital integrada en el propio decorado para iluminar al Presidente de los EEUU y sus consejeros durante una enorme crisis nuclear, alternando ese estilo con uno mucho más documental para escenas como el ataque aéreo a la base o, especialmente, las que tienen lugar dentro del bombardero, también con luces integradas y cámara al hombro. En este mismo estilo espontáneo y realista se movía “A Hard Day’s Night”, en la que la cámara improvisada de Richard Lester ofreció una enorme libertad de movimiento a los Beatles, con secuencias rodadas con multicámaras y zooms 25-250, como la del concierto final.

La oportunidad de trabajar con Kubrick le abrió las puertas a hacerlo con Roman Polanski, de nuevo en blanco y negro en “Repulsion” (1965) y “Cul-de-Sac” (1966), ambas nominadas al BAFTA, que se beneficiaron enormemente del estilo híbrido de Taylor, mezcla de las luces directas y dirigidas de la vieja escuela, pero con bastante interés en adoptar la luz rebotada y difusa de Gianni Di Venanzo o la Nouvelle Vague. Su tercer trabajo para el director franco-polaco fue “MacBeth” (1971), rodada en color en un estilo más clásico, empleando por vez primera además las nuevas lentes anamórficas que Todd-AO preparó para el formato de 35mm.

Amante de las lentes Cooke Speed Panchro por encima de las Baltar, sus rivales de la época, que encontraba más duras, Gil Taylor también fue empleado por Alfred Hitchcock  en su retorno al Reino Unido en 1972 con “Frenzy”, pero despues, una crisis en el cine británico le hizo considerar su retiro –de hecho, Richard Donner comentaba que cuando le ofreció “The Omen” (1976), Taylor estaba ordeñando vacas- pero el monumental éxito de la película –con un premio de la British Society of Cinematographers (BSC) incluido, mención a la que fue candidato en dos ocasiones más- volvió a situarle en la primera línea de operadores no sólo de Inglaterra, sino de todo el mundo.

A continuación vino “Star Wars”, así como una serie de proyectos que quizá no estén tan logrados como conjuntos artísticos, pero sí demostraban la fuerte demanda de sus servicios: “Escape to Athena” (1979), junto a George P. Cosmatos y un importante reparto internacional –película que deja una memorable toma aérea de apertura-, “Dracula” (John Badham, 1979), en la que sustituyó durante el rodaje a Frank Tidy (“The Duellists”), la superproducción de Dino de Laurentiis “Flash Gordon” (Mike Hodges, 1980) o “Green Ice” (1982), debut en la dirección del emblemático operador de cámara y ocasional director de fotografía Ernest Day.

Tras ser despedido del rodaje de “Conan The Barbarian” por John Milius a las tres semanas de rodaje, acusado de lentitud, Taylor pasó a rodar películas de menor presupuesto durante la década de los 80 (destacando sus dos trabajos para Curtis Hanson), aunque cada vez su contacto con el cine es menor y pasa más tiempo rodando publicidad hasta su definitivo retiro a mitad de los 90, con más de 80 años de edad y una notabilísima carrera y enorme prestigio a sus espaldas, a pesar que nunca fue candidato al Oscar. Sus compañeros de la BSC le premiaron honoríficamente en el año 2001, al igual que la ASC lo hizo en el 2006.

Adaptación soviética de la novela del escrito polaco Stanislaw Lem, en la que un psicólogo (Donatas Banionis) es enviado a una estación espacial en órbita en la que se han producido casos de supuestas alucionaciones. Aunque su actitud respecto a estos hechos es más que excéptica en un principio, nada más llegar allí se dará cuenta de la realidad de la situación. Natalya Bondarchuk –hija del realizador Serguei Bondarchuk- y Anatoly Solonitsyn (“Andrei Rublev”, “Stalker”) completan la tercera obra del realizador ruso Andrei Tarkovsky, que se centra en los aspectos más espirituales y emocionales de la obra de Lem, dejando prácticamente de lado la parte científica del relato, y que si bien es un film cuyo mensaje y desarrollo no es nada críptico a pesar de las apariencias, su extremada lentitud y alguna elección errónea –como el protagonista- hacen de ella una obra muy estimable, pero no tan perfecta como las dos anteriores películas de su autor.

Debut en el largometraje de Tarkovsky, en el que narra la historia de Iván, un niño ruso de 12 años cuya familia ha sido asesinada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y que, por sus deseos de venganza y de ser útil contra el ejército invasor, se enrola junto a los soldados rusos para realizar peligrosas misiones de reconocimiento. No se trata ni mucho menos de la obra menos accesible del realizador, aunque sí que se aprecian algunos de sus sellos de identidad, como una narración fragmentada, con continuos saltos temporales que van ofreciendo al espectador detalles sobre el personaje central, o el gusto por las poéticas imágenes de la naturaleza, cargadas de vida y emoción, en contraste con el paisaje devastado como consecuencia de la guerra.

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