Producción del italiano Dino de Laurentiis que adapta una novela de James Grady, la cual tiene como protagonista a un agente del FBI (Robert Redford) cuyo trabajo consiste en leer libros y que trabaja en una sede camuflada de la agencia en Nueva York. Un día, tras volver de comer, descubre que todos sus compañeros han sido asesinados a sangre fría y, tras huir y ponerse en contacto con sus responsables, debe aprender en quién confiar para salvar su vida, ya que parece que el crimen ha sido organizado desde dentro del propio FBI. Dos años después del escándalo “Watergate” y con un reparto de secundarios encabezado por Faye Dunaway, Cliff Robertson y Max Von Sydow, Sydney Pollack dirigió uno de los thrillers más influyentes a nivel estético y temático de la década de los 70 y, aunque sus resultados distan mucho de ser redondos, la película continúa siendo un thriller muy simpático en el que es fácil identificarse con Redford y en la que se puede disfrutar de desaparecidas vistas de la ciudad de los rascacielos, como las torres gemelas, en su interior, exterior y alrededores, en los que se desarrolla parte de la acción.
El director de fotografía fue Owen Roizman [ASC], uno de los nombres clave a la hora de entender el cambio estético del cine norteamericano en la década de los 70. Formado en la denominada escuela de la costa este, Roizman desempeñó labores de auxiliar y ayudante –como Gordon Willis- para el director de fotografía Gerald Hirschfeld [ASC], para dar el salto a la publicidad a finales de la década de los 60 en Nueva York. Allí realizó una película pequeña y en sus propias palabras “muy bonita” (“Stop”, 1970), que sin embargo no se llegó a estrenar pero de la que William Friedkin tuvo conocimiento mientras preparaba “The French Connection” (1971), para la que buscaba una estética muy realista y poco convencional, la clase de trabajo que Friedkin era consciente que sólo podía ofrecerle alguien nuevo. Roizman obtuvo una nominación al Oscar por ese trabajo, circunstancia que se repitió con “The Exorcist” (1973), su segunda y última colaboración con Friedkin, mientras que obtuvo tres candidaturas más por “Network” (Sidney Lumet, 1976), “Tootsie” (Sydney Pollack, 1982) y “Wyatt Earp” (Lawrence Kasdan, 1994), justo antes de retirarse al año siguiente con “French Kiss” (Lawrence Kasdan, 1995) a los 59 años de edad por sus problemas físicos. Su colaboración con Pollack (cinco películas) quizá fue la más fructífera de su corta pero estupenda carrera como director de fotografía, con apenas veinte películas en su haber.
La imagen de “Three Days of the Condor” es un compendio de las virtudes de Roizman como director de fotografía, aunque ya marca la transición de estilo que se produjo en su carrera desde las imágenes, como decíamos, extraordinariamente cercanas y reales de “The French Connection”, “The Exorcist” o “The Taking of Pelham 1, 2, 3”, a la estilización por la que se caracteriza la parte final de su obra, especialmente después del largo período en que estuvo inactivo en cine de forma voluntaria durante la década de los 80. La presente película continúa en su muestra de la ciudad de Nueva York como un ambiente urbano decadente, frío y peligroso, fotografiado de manera muy directa y sencilla, pero quizá por contar con dos estrellas como Redford y Dunaway en los papeles principales, Roizman tuvo que comenzar cierto proceso de estilización de la imagen y de los intérpretes, además de que como comentó a Schaefer y Salvato en “Masters of Light”, en aquélla época estaba comenzando a experimentar con exponer la película a su sensibilidad normal, en lugar de recurrir siempre al forzado, como hacía anteriormente.
Así pues, a pesar de esos exteriores fríos, desapacibles y amenazadores en los que se mueve el personaje de Redford en su huida –y que generalmente están rodados con lentes zoom convertidas a formato anamórfico, en la parte teleobjetivo de las mismas para sugerir el punto de vista de alguien que observa al protagonista- los interiores de “Three Days of the Condor” utilizan un planteamiento naturalista, con justificación de fuentes y bajos niveles de luz, pero también con luz rebotada y/o difusa, especialmente sobre los intérpretes, a los que Roizman cuida más que en sus anteriores trabajos. Aún así, el operador neoyorquino se las ingenia para conseguir un muy buen equilibrio entre la atmósfera de la película y el aspecto de los actores, que solo se rompe a favor de estos durante la escena de amor en el apartamento de Dunaway, en la que Roizman sí que emplea incluso una media tras la lente, en lo que parece más una idea de Pollack que de él mismo, que nunca fue un fan de la difusión. Junto con algún primer plano de Cliff Robertson en exteriores, hacia la parte final, en el que también es obvio el uso de luz artificial sobre su rostro, se trata de los dos mayores inconvenientes de esta fotografía.
El trabajo de cámara de Pollack es bueno, aunque quizá demasiado heterogéneo, especialmente si se compara con la austeridad y sencillez con la que abordaban Gordon Willis y Alan J. Pakula sus thrillers por aquélla misma época. En palabras de Roizman, ello se debe a la filosofía del director (parece ser que habían pactado una estética de teleobjetivos, pero cuando Pollack vio el set diseñado por Stephen Grimes para las escenas iniciales, lo primero que le pidió a Roizman fue utilizar un 30mm anamórfico –equivalente a un 15mm esférico- para mostrarlo en su integridad), pero en ningún caso ello resulta perjudicial para el film, cuya estética, cruce de realismo y sofistificación cuando es requerida, aún continúa siendo de referencia cuarenta años después de su estreno.
Título en España: Los Tres Días del Cóndor
Año de Producción: 1975
Director: Sydney Pollack
Director de Fotografía: Owen Roizman, ASC
Ópticas: Panavision C-Series & Super Panazoom Cooke
Emulsión: Kodak 5254 (100T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision), 2.4:1
Vista en Blu-ray
© Ignacio Aguilar, 2016.