La novena película escrita y dirigida por Quentin Tarantino, ambientada en Hollywood en 1969, época de máximo florecimiento del fenómeno “hippie” y el momento en el que el cineasta polaco Roman Polanski se encontraba en la cumbre, después del estreno de “Rosemary’s Baby” (1968). Este director acaba de mudarse a Beverly Hills junto a su mujer Sharon Tate (Margot Robbie) y tienen como vecino a Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), un actor televisivo que se encuentra en un momento bajo de su carrera y que se debate entre tratar de conseguir nuevos papeles en la pequeña pantalla o probar suerte en los Western italianos. El doble de Rick es Cliff (Brad Pitt), quien a su vez tiene problemas para encontrar trabajo como especialista porque tiene fama de conflictivo, así que se gana la vida llevando de un lado a otro a Dalton, que ha perdido el carnet por conducir borracho. Con una estructura que realmente es poco dramática, Tarantino tiene el valor de fiar que el espectador disfrute de sus más de dos horas y media de proyección gracias a lo bien que funcionan los pequeños segmentos que forman la película, que aparentemente no hacen avanzar la narrativa, pero que una vez más son totalmente coherentes con el conjunto (y su memorable conclusión) y que describen con inusitada pasión y franqueza una época pasada de Hollywood que murió junto a Tate para nunca volver. Al Pacino, Kurt Russell, Bruce Dern, Dakota Fanning, Michael Madsen, Emile Hirsch, Margaret Qualley y Luke Perry, entre otros, tienen apariciones a lo largo de un metraje que quizá ni sea redondo ni lo mejor de su autor, pero que es súper disfrutable en casi todos sus aspectos.
El director de fotografía es, una vez más en la filmografía de Quentin Tarantino, el norteamericano Robert Richardson [ASC], que ha rodado todos los trabajos del guionista-director desde los tiempos de “Kill Bill”, con la excepción de “Death Proof”, en la que no contó con un director de fotografía propiamente dicho. Así, por lo tanto, Richardson ha rodado consecutivamente “Inglourious Basterds” (2009), “Django Unchained” (2012) y “The Hateful Eight” (2015), en las que el triple ganador del Oscar obtuvo nominaciones para el premio, aunque sin conseguir alzarse con el mismo. A sus 64 años de edad, Richardson es todo un veterano, que tiene tras de sí importantes relaciones profesionales con Oliver Stone (desde “Platoon”, su primera nominación al Oscar, hasta “U Turn”, pasando por “Born on the 4th of July” y “JFK”, su primer Oscar) y con Martin Scorsese, que entre “Casino” (1995) y “Hugo” (2011) fotografió la mayor parte de las películas del realizador italoamericano. Por este último film precisamente obtuvo su tercera estatuilla dorada, uno de los primeros rodados con la Arri Alexa, mientras que la segunda la obtuvo por otro título de Scorsese, “The Aviator” (2004), que también fue una de las primeras películas en explorar creativamente la entonces novedosa técnica del Digital Intermediate.
Quentin Tarantino es uno de los cineastas que, en la actualidad, defienden de forma más firme la adquisición en celuloide, lo que le ha llevado a rodar todas sus películas hasta la fecha en formato fotoquímico. De hecho, en su película anterior, “The Hateful Eight”, Richardson y el director rodaron en 5-perf 65mm, recuperando las viejas lentes Ultra Panavision que llevaban sin emplearse desde mediados de la década de los 60. En esta ocasión, sin embargo, han vuelto principalmente al 35mm anamórfico (Panavision) de “Inglourious Basterds” y “Django Unchained”. Y decimos principalmente porque algunos de los segmentos de la película que incluyen material de series de TV, películas o incluso material detrás de las cámaras de la filmación de éstas, están rodados en 35mm esférico (con el viejo 20-120mm de Angenieux y el 20-100mm de Cooke, en blanco y negro), en 16mm y hasta en Super 8, de modo que hay una mezcla de texturas y formatos reminiscente tanto de algunas partes de “Kill Bill Vol. 2”, como de títulos de los 90 de Richardson como “JFK”, “Natural Born Killers” y “Nixon”. Con ello lo que consiguen los cineastas, en este caso, es diferenciar la ficción dentro de la ficción que interpretan Pitt y DiCaprio principalmente.
El metraje principal es sofisticado, como no puede ser de otra manera teniendo en cuenta que se trata de Robert Richardson, pero sin embargo en esta ocasión el operador adopta un sorprendente perfil bajo con respecto al material. Hay que tener en cuenta que el director de fotografía es un consumado especialista precisamente en retratar épocas pasadas de norteamérica: las citadas “Born on the 4th of July”, “JFK”, “The Aviator” o hasta “The Good Sepherd” (Robert De Niro, 2006) así lo prueban, con su iluminación recargada, aspecto romántico y elaborado. Sin embargo, como decimos, “Once Upon a Time… in Hollywood” es sofisticada pero no es recargada, ni quizá, tan personal. Richardson es famoso por sus fuertes contraluces, sobreexposiciones, uso de la difusión y de técnicas propias como la de iluminar a dos o varios personajes sentados en una mesa con una luz cenital de brutal intensidad cuyo rebote en la mesa ilumina con luz suave los rostros de los personajes. Nada de eso está aquí presente; no es que Richardson pretenda hacer una fotografía naturalista o realista, de hecho, tanto él como Tarantino se esfuerzan por hacer que la época sea plena de glamour y que el espectador sienta su propia añoranza de la misma. Pero Richardson, de alguna forma, se las ingenia para conseguir un trabajo a la altura de los mencionados, pero sin ser tan intrusivo y llamar tanto la atención sobre sí mismo como en otras ocasiones.
El aspecto general está dominado por tonos dorados y, siempre, luces suaves sobre los personajes, con la excepción de algunas secuencias de ficción dentro de la ficción que imitan la luz de las películas o series a las que Tarantino hace referencia. Para ello, Richardson emplea fuentes muy grandes y sedas, incluso en interiores, pero con un aspecto algo más contrastado por ejemplo que “Django”, que en determinadas secciones era algo plana. Ello no quiere decir que la película sea oscura, al contrario, destaca por la luminosidad de sus exteriores en Los Ángeles y por grandes secuencias como aquélla en la que Pitt visita el rancho en el que vive la familia Manson, en la que existe una muy buena continuidad teniendo en cuenta las dificultades de rodaje con luz disponible. Por supuesto, en una película sobre Hollywood, protagonizada por tres grandes estrellas, todos deben lucir inmejorables, pero Richardson se esfuerza especialmente con Margot Robbie, a la que trata de mostrar radiante en el papel de la malograda Sharon Tate. Las escenas interiores están basadas en las fuentes presentes en pantalla como base de la iluminación, manteniendo un aspecto creíble, pero aumentándolas desde fuera de pantalla para mejorarlas y extender las áreas de luz suave en la que se mueven los intérpretes. A pesar de la amplia publicidad que ha recibido una secuencia para la que Richardson iluminó una sección de autopista con enormes grúas y aparatos cenitales, la misma dura muy pocos segundos en pantalla; más interesantes son sus contraluces de corte clásico, ligeramente azulados, en las calles adyacentes a los domicilios de los protagonistas para afrontar sus exteriores nocturnos.
Tarantino, además de ser un gran guionista, también es un director con un gran talento para la puesta en escena. Richardson, adicionalmente, es siempre quien se encarga de operar la cámara en sus películas. Por ello no es sorprendente que éste, como el resto de sus trabajos, esté muy bien compuesto, con movimientos de cámara muy estudiados cuando se producen y composiciones trabajadas, con los actores bien repartidos por el encuadre y haciendo énfasis en los elementos importantes de cada fotograma. Aunque el rodaje principal es en anamórfico con lentes fijas, no obstante, a Tarantino siempre le ha gustado mucho el zoom, de modo que hay varias secuencias (incluyendo el flashback con Bruce Lee, rodado en plano-secuencia casi integramente) en las que los cineastas recurren a zooms adaptados al formato anamórfico, de modo que las características clásicas del formato (fondos estirados, bokeh ovalado, etc.) no están presentes al tener los zooms el anamorfizador en el grupo trasero y no en el frontal. Eso sí, a pesar que el film mezcla las clásicas series “C” y “E” con la nueva serie “T”, el efecto de todas ellas es muy parecido, aunque ésta permita rodar más abierto de diafragma (hasta T2.3) que las otras dos. Panavision insiste en que la serie T es de aspecto moderno, aunque al autor de estas líneas no se lo parezca, por lo bien que encaja con las series más antiguas o incluso cuando se emplea casi en exclusiva («The Mule«). También es curioso que Richardson haya recurrido a la serie Ultra Golden Panatar (con aperturas hasta T1.1) para las escenas nocturnas, ya que las series ultraluminosas en anamórfico de Panavision no son precisamente las más utilizadas en esta época de cámaras digitales de gran sensibilidad.
Los resultados globales son muy buenos y trasladan muy bien a la época en que está (muy bien) ambientado el film, incluyendo atrezzo cinematográfico del momento como arcos voltaicos con sus chimeneas, Fresnels de Mole-Richardson, cámaras Mitchell y Panavision R200, cabezas Worrall… pero lo mejor es que los cineastas no solo consiguen que la época sea creíble, sino que a través de los personajes que se muestran en pantalla y sus vivencias, las mismas produzcan esa añoranza y ese aire de época mítica que buscaba Tarantino. Y todo ello con Richardson haciendo lo que mejor sabe, pero sin el artificio de otras veces. Puede que no sea una fotografía que destaque inmediatamente por la belleza de sus planos o por momentos estelares aislados, pero sí que hace que el conjunto, escena tras escena, funcione a la perfección. Es por ello que se trata de un trabajo estupendo, con todo el sabor y grano del celuloide, con una acertada mezcla de formatos y un aire, incluso en la fotografía, de que lo que le interesaba a los cineastas no era ni la trama ni los personajes ni su destino, real o ficcionado, sino mostrar una época quizá no como fue, sino como se la quiere recordar. Y en ese aspecto, es dificil imaginar como Richardson y Tarantino podrían haber sido más exitosos.
Título en España: Érase una vez… en Hollywood
Año de Producción: 2019
Director: Quentin Tarantino
Director de Fotografía: Robert Richardson, ASC
Ópticas: Panavision C, E, T Series & Ultra Golden Panatar; Normal Speed MKII; Primo; Ultra Speed; Angenieux 20-120mm T3 y Cooke Varotal 20-100mm T3.1
Emulsión: Kodak 5213 (200T) & 5219 (500T); Double-X 5222 (200T)
Formato y Relación de Aspecto: 35mm anamórfico (Panavision) + 35mm esférico + 16mm + Super 8; 2.4:1 + 1.85:1 (segmento) + 1.37:1 (varios segmentos)
Otros: 4K Digital Intermediate
Vista en DCP